El incendio de un sueño



La Biblioteca Pública de Los Ángeles (Estados Unidos) es en realidad una red de bibliotecas que abarca 72 edificios en toda la ciudad. El edificio central se fundó en 1926 y en 1986 sus depósitos sufrieron dos incendios que destruyeron parte de su patrimonio. Dicen que la reconstrucción contó con el voluntariado de buena parte de los habitantes de la ciudad. Es fácil de creer, si se tiene en cuenta que en el país del norte las bibliotecas en general son mucho más que lugares donde es posible acceder a distintos tipos de documentación. Suelen ser sitios de reunión para una gama enorme de actividades y, sin duda, son puntos de referencia para los habitantes de las ciudades  grandes y pequeñas. En el cine estadounidense, es frecuente ver a algún personaje que presenta la credencial de una biblioteca ante una autoridad, como si se tratara del DNI. Luego de los atentados del 11 de septiembre de 2001, como parte de la cacería impulsada por Bush sobre el planeta, se impulsó una especie de seguimiento de lecturas y lectores (tal vez hablemos de esto en otra entrada), por supuesto, desde las bibliotecas. La medida fue resistida y desconozco si se llegó a implementar, pero lo que interesa destacar aquí es el lugar de importancia que las bibliotecas parecen tener para la población (y los gobiernos, por lo visto) de los Estados Unidos. 
Aunque el poema de Bukowski que presentamos aquí no precisa ningún contexto para ser apreciado, conocer algo de esa biblioteca a la que el poema le habla, y de la valoración de sus usuarios, tal vez nos haga comprender mejor por qué el poeta pronuncia cinco veces la palabra «hogar». Gracias, Bukowski, por el bello poema y por darnos un nombre para este sitio.





EL INCENDIO DE UN SUEÑO

la vieja Biblioteca Pública de Los Ángeles
ha sido destruida por las llamas.
aquella biblioteca del centro.
con ella se fue
gran parte de mi
juventud.

estaba sentado en uno de aquellos bancos
de piedra cuando mi amigo
Baldy me
preguntó:
«¿vas a alistarte en
la brigada Lincoln?»

«claro», contesté
yo.

pero, al darme cuenta de que yo no era
un idealista político
ni un intelectual
renegué de aquella
decisión más tarde.

yo era un lector
entonces
que iba de una sala a
otra: literatura, filosofía,
religión, incluso medicina
y geología.

muy pronto
decidí ser escritor,
pensaba que sería la salida
más fácil
y los grandes novelistas no me parecían
demasiado difíciles.

tenía más problemas con
Hegel y con Kant.

lo que me fastidiaba
de todos ellos
es que
les llevara tanto
lograr decir algo
lúcido y/o
interesante.
yo creía
que en eso
los sobrepasaba a todos
entonces.

descubrí dos cosas:
a) que la mayoría de los editores creía que
todo lo que era aburrido
era profundo.
b) que yo pasaría décadas enteras
viviendo y escribiendo
antes de poder
plasmar
una frase que
se aproximara un poco
a lo que quería
decir.

entretanto
mientras otros iban a la caza de
damas,
yo iba a la caza de viejos
libros,
era un bibliófilo, aunque
desencantado,
y eso
y el mundo
configuraron mi carácter.

vivía en una cabaña de contrachapado
detrás de una pensión de 3 dólares y medio
a la semana
sintiéndome un
Chatterton
metido dentro de una especie de
Thomas
Wolfe.

mi principal problema eran
los sobres, los sellos, el papel
y
el vino,
mientras el mundo estaba al borde
de la Segunda Guerra Mundial.
todavía no me había
atrapado
lo femenino, era virgen
y escribía entre 3 y
5 relatos por semana
y todos
me los devolvían, rechazados por
el New Yorker, el Harper´s,
el Atlantic Monthly.
había leído que
Ford Madox Ford solía empapelar
el cuarto de baño
con las notas que recibía rechazando sus obras
pero yo no tenía
cuarto de baño, así que las amontonaba
en un cajón
y cuando estaba tan lleno
que apenas podía
abrirlo
sacaba todas las notas de rechazo
y las tiraba
junto con los relatos.

la vieja Biblioteca Pública de Los Ángeles
seguía siendo
mi hogar
y el hogar de muchos otros
vagabundos.
discretamente utilizábamos los
aseos
y a los únicos que
echaban de allí
era a los que
se quedaban dormidos en las
mesas
de la biblioteca; nadie ronca como un
vagabundo
a menos que sea alguien con quien estás
casado.

bueno, yo no era realmente un
vagabundo, yo tenía tarjeta de la biblioteca
y sacaba y devolvía
libros,
montones de libros,
siempre hasta el límite de lo permitido:
Aldous Huxley, D.H. Lawrence,
e.e. cummings, Conrad Aiken, Fiódor
Dos, Dos Passos, Turgénev, Gorki,
H.D., Freddie Nietzsche,
Schopenhauer,
Steinbeck,
Hemingway,
etc.

siempre esperaba que la bibliotecaria
me dijera: «qué buen gusto tiene usted,
joven».

pero la vieja
puta
ni siquiera sabía
quién era ella,
cómo iba a saber
quién era yo.

pero aquellos estantes contenían
un enorme tesoro: me permitieron
descubrir
a los poetas chinos antiguos
como Tu Fu y Li Po
que son capaces de decir en un
verso más que la mayoría en
treinta o
incluso en cientos.
Sherwood Anderson debe de haberlos
leído
también.

también solía sacar y devolver
los Cantos
y Ezra me ayudó
a fortalecer los brazos si no
el cerebro.

maravilloso lugar
la Biblioteca Pública de Los Ángeles
fue un hogar para alguien que había tenido
un
hogar
infernal
ARROYOS DEMASIADO ANCHOS PARA SALTARLOS
LEJOS DEL MUNDANAL RUIDO
CONTRAPUNTO
EL CORAZÓN ES UN CAZADOR SOLITARIO

James Thurber
John Fante
Rabelais
de Maupassant

algunos no me
decían nada: Shakespeare, G.B. Shaw,
Tolstoi, Robert Frost, F. Scott
Fitzgerald

Upton Sinclair me llegaba
más
que Sinclair Lewis
y consideraba a Gogol y a
Dreiser tontos
de remate

pero tales juicios provenían más
del modo en que un hombre
se ve obligado a vivir que de
su razón.

la vieja Biblioteca Pública de Los Ángeles
muy probablemente evitó
que me convirtiera en un
suicida,
un ladrón
de bancos,
un tipo
que pega a su mujer,
un carnicero o
un motociclista de la policía
y, aunque reconozco que
puede que alguno sea estupendo,
gracias
a mi buena suerte
y al camino que tenía que recorrer,
aquella biblioteca estaba
allí cuando yo era
joven y buscaba
algo
a lo que aferrarme
y no parecía que hubiera
mucho.

y cuando abrí el
periódico
y leí la noticia sobre el incendio
que había destruido
la biblioteca y la mayor parte de
lo que en ella había

le dije a mi
mujer: «yo solía pasar
horas y horas
allí...».

EL OFICIAL PRUSIANO
EL ATREVIDO MUCHACHO DEL TRAPECIO
TENER Y NO TENER

NO PUEDES RETORNAR A TU HOGAR.


traducción de Cecilia Ceriani yTxaro Santoro

Comentarios

  1. Maravilloso ensamble, Raúl. La posibilidad de pensarnos y deslizarnos hacia la poesía aun desde las tragedias para que la palabra, siempre, semille.

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  2. El inefable Bukowski..."algunos no me decían nada: Shakespeare, Shaw, Tol
    stoil, Robert Frost..."

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