Bibliotecas que no esperan

Imagen tomada del sitio oficial de Conabip

La bibliolancha

La relectura de los buenos poemas dispara siempre cosas diferentes. El lector que vuelve sobre un texto que ha transitado otras veces ya no es el mismo. Entonces, si lo escrito o lo dicho se mantienen vivos, es posible afirmar que el poema también ha cambiado. La biblioteca, de Roberto Juarroz, es uno de esos textos vivos a los que se puede ir una y otra vez y nutrirse de cosas diferentes.

En este caso, a este lector bibliotecario le ha hecho pensar en los modos en que «la biblioteca» no es ese lugar que espera. O sería mejor decir que me ha hecho pensar en algunas de las bibliotecas que no esperan. Hablaré aquí brevemente de uno de ellos, pero me propongo volver sobre este asunto con el relato de variadas experiencias.
La biblioteca popular Santa Genoveva se encuentra ubicada en una isla del delta del Paraná, en jurisdicción del partido de San Fernando, en la provincia de Buenos Aires. Cuenta con un pequeño edificio y un fondo de aproximadamente 7000 libros.


Imagen tomada del sitio oficial de Conabip



Triste habría sido su destino si aquella biblioteca se hubiera dedicado a esperar en un espacio geográfico signado por el aislamiento y la escasez de recursos. Desde el año 2007 cuenta con una bibliolancha. En ella se transportan libros para uso de los lectores de la zona, niños y adultos y se trabaja en coordinación con las escuelas. Pero también se realizan paseos poéticos, talleres de escritura a bordo y otras actividades de extensión cultural, usuales en bibliotecas de tierra firme. La Genoveva lleva adelante también un proyecto editorial que apunta a difundir la tarea intelectual de los isleños. Sus actividades y características están presentes en las redes. Para los curiosos, les dejo acá el enlace a su blog y otro a una serie de testimonios interesantes de personas que hablan sobre la Genoveva a partir de sus experiencias. 

Y a quienes crean que esta modesta presentación es un contrapunto con el maestro Juarroz les gustará pensar también que va contra corriente de los partidarios ortodoxos de la conservación, quienes posicionados en una pila de papel suelen mirar el agua con horror.




La biblioteca

El aire es allí diferente,

está erizado todo por una corriente

que no viene de este o aquel texto,

sino que los enlaza a todos

como un círculo mágico.

El silencio es allí diferente.

Todo el amor reunido, todo el miedo reunido,

todo el pensar reunido. Casi toda la muerte,

casi toda la vida y, además, todo el sueño

que pudo despejarse del árbol de la noche.

Y el sonido es allí diferente.

Hay que aprender a oírlo

como se oye una música sin ningún instrumento.

Algo que se desliza entre las hojas,

las imágenes, la escritura y el blanco.

Pero más allá de la memoria y los signos que la imitan,

más allá de los fantasmas y los ángeles que copian la memoria

y desdibujan los contornos del tiempo,

que además carece de dibujo,

la biblioteca es el lugar que espera.

Tal vez sea la espera de todos los hombres,

porque también los hombres son allí diferentes.

O tal vez sea la espera de que todo lo escrito

vuelva nuevamente a escribirse;

pero, de alguna otra forma, en algún otro mundo,

por alguien parecido a los hombres

cuando los hombres ya no existan.

O tal vez sea tan solo la espera

de que todos los libros se abran de repente,

como una metafísica consigna,

para que se haga de golpe la suma de toda la lectura;

ese encuentro mayor que quizá salve al hombre.

Pero, sobre todo, la biblioteca es una espera

que va más allá de la letra,

más allá del abismo,

la espera concentrada de acabar con la espera,

de ser más que la espera,

de ser más que los libros,

de ser más que la muerte.


Roberto Juarroz






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