Del vocabulario bibliotecario
Aun a sabiendas de que la comunidad de colegas podrá sentirse molesta, publico aquí algunas opiniones personales sobre el uso de ciertos términos provenientes de ámbitos lejanos al mundo de las bibliotecas y que, no obstante esos orígenes, se han instalado entre nosotros como cualquier virus. Las palabras hacen olas, como piedras en el agua.
Si en custodiar un manuscrito antiguo
se afanan los colegas con empeño
y te cortan las manos si derramas
un miserable ácaro en el pliego,
cómo es que con liviana enjundia
trocan palabras y sus ecos vivos
y vuelan de un plumazo
su soberana alcurnia.
¿Afán de armar vocabulario?
¿Precisión de ingeniero
pretendida?
¿Cuándo dirán también que aquel
papiro
fue obra de un homo primitivo?
En un cenáculo invisible lo
deciden
y a circular lo ponen como a un
virus.
Qué profesión más noble y más
villana
custodiar las palabras y
matarlas.
Fueron lectores nuestros
visitantes
fueron filósofos y sabios,
estudiantes, curiosos, vagabundos,
ahora son usuarios.
Palabreja taimada y contrahecha
proveniente de orígenes oscuros
resistente a ingresar en el poema
igual que sus parientes:
consumidor, beneficiario,
cliente.
En el lector, implícito, hay dos
voces
o cien, pero jamás el páramo
donde navega el que consume o
usa.
¿Quién es usuario de su casa?
Bibliotecarios, abandonen
el léxico ruin del mercadeo
¡Vamos a los zapatos, zapateros!
Que las corporaciones se corporen,
que los bibliotecarios
bibliotequen,
que los lectores lean.
Sublévense, lectores
si se los nombra de otro modo.
La biblioteca es un hogar abierto,
un cálido refugio sin gendarmes,
un colectivo alojamiento del
silencio
donde las voces claman sus
rescates.
Sublévense, que las palabras
nombran,
pero también son planta y flor y
fruto
alimento, manjar, hiel y
estilete.
Esa vandálica corriente,
la que arrasó al lector, arrasa ahora
la casa del lector, la biblioteca.
Y en casi impronunciables voces
que pueden convertirse en siglas
o acrónimos feroces
(Centros de Múltiples Recursos
Centros de Documentación)
devienen hasta el ruido marcial
de la Unidad de Información.
Es triste pero no sorprende
que si la casa pierde nombre y
habitante
pierda el usuario también su
preminencia
ante la omnipotencia del cliente.
Esta la mi navegación contra
corriente
tiene la su inquietud
fundamentada;
que ni la moda es fuego fatuo
ni la modernidad, de libre entrada.
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