Bibliotecas que no esperan 2

 


El biblioburro


El maestro colombiano Luis Soriano, en algún momento de 1997, pensó: «Esos niños del monte no van a venir a la biblioteca. Hay que llevarles la biblioteca allá». Lo cuenta en un hermoso video de 5 minutos publicado por Comunidad Andina y que pueden visitar aquí.

Desde entonces, ininterrumpidamente ha compartido libros y lecturas con los niños de las poblaciones apartadas de la zona donde reside, un pueblo rural en la provincia de Magdalena, llamado La Gloria.

Para su propia gloria y la de sus pequeños lectores, desde aquel comienzo en el que contaba con los 70 libros de su biblioteca personal hasta la actualidad (un fondo de 4000 documentos en 2019) ha recorrido mucho camino y su trabajo ha tenido bastante difusión, como es posible constatar en internet.




Pero no lo ha recorrido solo, sino con la compañía de sus dos burros: Alfa y Beto. Son ellos los que trasladan la carga de papel. Puedo imaginar al maestro bibliotecario, en algún punto del camino, proponiendo a sus animales: «Ahora tendremos otro amigo: el libro nuevo, escogido y noble. Y el campo todo se nos mostrará abierto, ante el libro abierto, propicio en su desnudez al infinito y sostenido pensamiento solitario». En verdad, es lo que proponía Juan Ramón Jiménez a Platero, allá por 1914.

Platero y yo ha tenido la desgracia, en Argentina, de haber sido durante mucho tiempo un texto escolar. Hoy ha quedado relegado; no obstante su belleza continúa disponible para cualquier lector. Reivindicarlo es, también, reivindicar al burro, un animal injustamente asociado con la brutalidad y la ignorancia. Sospecho que Soriano comparte este pensamiento. Desde luego que podría transportar sus libros por algún otro medio sin que su tarea perdiera importancia. Pero lo hace a lomo de burro y ha bautizado a sus compañeros de ruta con nombres que, en equipo, conforman los signos básicos para la transmisión del conocimiento y la literatura. Todo un mensaje.

Quizás fue su deseo acercarse a aquella idea de Jiménez: «Si tú vinieras, Platero, con los demás niños, a la miga, aprenderías el a, b, c, y escribirías palotes. Sabrías tanto como el burro de las Figuras de cera —el amigo de la Sirenita del Mar, que aparece coronado de flores de trapo, por el cristal que muestra a ella, rosa toda, carne y oro, en su verde elemento—; más que el médico y el cura de Palos, Platero».

Lo que está más que claro es que en el Biblioburro no hay nada de aquel lugar que espera del que nos habla el poema de Juarroz. Hay mucho más, en cambio, de ese verso de Machado que dice caminante no hay camino / se hace camino al andar.

En homenaje a Soriano, a Alfa y a Beto, me valgo una vez más de Juan Ramón Jiménez: «Leo en un Diccionario: Asnografía, s. f.: Se dice, irónicamente, por descripción del asno. / ¡Pobre asno! ¡Tan bueno, tan noble, tan agudo como eres! Irónicamente… ¿Por qué? ¿Ni una descripción seria mereces, tú, cuya descripción cierta sería un cuento de primavera? ¡Si al hombre que es bueno debieran decirle asno! ¡Si al asno que es malo debieran decirle hombre! Irónicamente… De ti, tan intelectual, amigo del viejo y del niño, del arroyo y de la mariposa, del sol y del perro, de la flor y de la luna, paciente y reflexivo, melancólico y amable, Marco Aurelio de los prados… [...] Y he puesto al margen del libro: Asnografía, sentido figurado: Se debe decir, con ironía, ¡claro está!, por descripción del hombre imbécil que escribe Diccionarios».




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